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Las vacaciones geopolíticas de la Unión Europea se han terminado después de casi 30 años desentendiéndose de buena parte de su responsabilidad en la seguridad del Viejo Continente. La cuasi ruptura total con el gigantesco vecino ruso, provocada por la decisión de Vladímir Putin de invadir Ucrania, condena a Europa a una era de inestabilidad y conflictos territoriales en los que Bruselas no podrá bajar la guardia. El Kremlin no oculta su intención de recurrir a todas las palancas disponibles para impedir que la UE siga siendo un oasis de paz y prosperidad. Y Europa responde con un rearme en todos los frentes, incluido el militar, para hacer frente a una campaña de hostigamiento que puede durar, como mínimo, tanto como la presencia de Putin al frente de Rusia.
“La agresión rusa en Ucrania es una amenaza existencial para toda Europa”, afirma a EL PAÍS el vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis. “Si no hacemos todo lo necesario para detener la invasión ilegal y bárbara de Ucrania por parte de Rusia, cabe la posibilidad de que Putin eleve sus ambiciones militares en otros países vecinos o que desafíe a la OTAN en los países bálticos”, añade el dirigente comunitario.
El escenario de posibles acciones hostiles por parte de Putin abarca desde el Ártico hasta el Sahel. Y los medios para agredir son casi tantos como se pueda imaginar, porque el presidente ruso ha demostrado que puede instrumentalizar desde la energía a la migración y que no le tiembla la mano a la hora de ordenar ciberataques o ataques con armas químicas. Incluso ha amenazado en las últimas semanas con la bomba atómica si algún país occidental se interpone en su campaña para forjar un nuevo marco de seguridad en Europa.
“Tenemos enfrente a un régimen protototalitario, o cada vez más autoritario, que tiene la convicción profunda de que la extensión de los valores que representamos en sus fronteras es una amenaza para su propia existencia”, señala el alto representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, en conversación con EL PAÍS.
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Bruselas teme que ese choque frontal entre el modelo europeo y el ruso provoque una explosión de conflictos en torno a la Unión Europea alimentados desde el Kremlin. Y no se descarta que algún Gobierno satélite de Moscú, como el bielorruso, sea instrumentalizado para lanzar ataques incluso a algún miembro de la UE, con los países bálticos como los más expuestos y vulnerables. La amenaza es mucho mayor aún para los países que no están bajo el paraguas de la OTAN ni de la UE, como está sufriendo Ucrania y podrían comprobar Moldavia o Bosnia-Herzegovina.
“La guerra de agresión lanzada por Rusia supone un cambio tectónico en la historia de Europa”, afirma la Declaración de Versalles que los 27 socios de la UE esperan aprobar en la cumbre europea de este jueves y viernes en esa simbólica ciudad francesa. El texto apuesta por “reforzar decididamente la inversión en capacidades de defensa y tecnologías innovadoras”.
Los riesgos de desestabilización procedentes de Rusia son múltiples. Algunos, como los ciberataques, pueden golpear en cualquier sitio. Pero hay algunos puntos del continente especialmente expuestos a riesgos de seguridad frente a Moscú. A continuación, una mirada a algunos de los más significativos.
1. Bálticos
Estonia, Letonia y Lituania representan uno de los puntos más sensibles en el contexto del brutal deterioro de la relación entre Occidente y Rusia debido a su posición geográfica, su pasada pertenencia a la URSS, su reducido tamaño, sus nutridas minorías rusófonas y su altísima dependencia energética. Los tres países son ahora miembros tanto de la UE como de la OTAN. La pertenencia a la Alianza Atlántica constituye un poderoso paraguas e induce a pensar que Moscú difícilmente contemplaría acciones militares. Los aliados han reforzado su presencia en la zona. Sin embargo, el nivel de preocupación es muy elevado, como demuestran las declaraciones del comisario europeo, el letón Valdis Dombrovskis.
El corredor de Suwalki —la estrecha franja que es la única conexión terrestre entre los bálticos y el resto de la UE; y en cambio separa Bielorrusia y el territorio ruso de Kaliningrado— es un punto de especial tensión. Recientes declaraciones ambiguas de Putin —en las que apoyaba el anhelo de Bielorrusia, que no tiene salida al mar, de contar con una proyección en el transporte marítimo en el Báltico— han elevado la preocupación. La creciente unión entre Moscú y Minsk permitirá al Kremlin una capacidad de despliegue militar en la zona mucho más ágil, amplia e inquietante.
“Se habla bastante del corredor. Pero intervenir ahí significaría violar la integridad territorial de países miembros de la OTAN y, personalmente, no creo probable que Putin opte por la confrontación armada con países de la Alianza”, dice Sarah Coolican, responsable del programa Europa central y suroriental del centro de pensamiento Ideas de la London School of Economics y autora de un estudio publicado recientemente sobre los Bálticos. “Lo que sí hay es un riesgo en términos de ‘poder blando’. Sabemos que Rusia es propensa a actividades de infiltración, de propaganda, de desestabilización. Pero creo que la guerra en Ucrania está debilitando su poder blando y la capacidad de proyectarlo”, considera Coolican.
En ese sentido, es relevante la presencia en los países bálticos de nutridas minorías rusofonas. La defensa de los intereses de los rusos en otros países ha sido a menudo un retorcido argumento —y una herramienta— del Kremlin para proyectar influencia. “Pueden intentar hacer cosas, sí, pero creo que no podrían lograr nada significativo”, dice Kadri Liik, investigadora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores especializada en las relaciones entre Rusia y Occidente y en el este de Europa. “La cuestión de las minorías se ha ido enfriando. A lo mejor no comparten el rumbo del país en el que viven, pero tampoco tienen gran confianza en Moscú. La naturaleza de la comunidad rusofona, además, ha cambiado, con nuevas generaciones más integradas, que hablan la lengua local, pero también por las nuevas llegadas desde Rusia, con mentalidad completamente diferente. Estos no son fáciles de manipular”, apunta Liik.
2. Finlandia y Suecia
Los dos países nórdicos han sido objeto de explícitas amenazas por parte del Kremlin. Ambos son miembros de la Unión Europea pero no de la OTAN. La portavoz del Ministerio de Exteriores ruso afirmó recientemente que, si eligieran integrarse en la Alianza Atlántica, se expondrían a graves “consecuencias políticas y militares”. No desglosó más, pero ya así el mensaje fue bastante claro.
La agresión rusa a Ucrania ha impulsado un renovado debate en los dos países acerca de la oportunidad de sumarse a la coalición militar. Si decidieran dar el paso, el problema residiría en el lapso temporal entre la cristalización de la decisión y su formalización, un proceso que normalmente requiere tiempo y que podría ser peligroso, al no estar todavía activa la cláusula de mutua defensa.
Ante esta situación, Estocolmo y Helsinki han pedido a sus socios de la UE que asuman un compromiso de apoyo en caso de ataque ruso en virtud del artículo 42, apartado 7, del Tratado de la Unión Europea, que convoca a la solidaridad en caso de que un miembro sufra un ataque armado.
3. Moldavia
Moldavia, fronterizo con Ucrania, es uno de los países con mayor nivel de tensión. No es parte de la UE, a la que acabar de pedir la apertura de un proceso de adhesión como Ucrania y Georgia, ni de la OTAN. Destaca entre los asuntos problemáticos la presencia en su seno del territorio independentista prorruso de Transnistria, donde Moscú mantiene desplegados soldados desde hace décadas. Actualmente está recibiendo un fuerte flujo de refugiados que, en vista del reducido tamaño del país, supone un enorme reto.
“Sin duda es concebible que Rusia agite Moldavia”, argumenta Dimitar Bechev, profesor de la Universidad de Oxford especializado en estudios sobre Rusia y el Europa del Este. “Pero no creo que haya un ataque a corto plazo. Rusia ya tiene mucho sobre la mesa con Ucrania. Si llegaran a la frontera con Moldavia, esto incrementaría la tensión, por supuesto. Pero me parece más lógico que Rusia opte por perseguir objetivos políticos ahí con medidas más efectivas en términos de la relación coste/ganancia. Tienen opciones, pueden activar a sus referentes políticos ahí”.
4. Balcanes Occidentales
“Bosnia es el país más vulnerable de la zona”, dice Bechev. El Estado balcánico atravesaba una profundísima crisis ya antes de la invasión rusa de Ucrania, con el líder de la República Srpska —la entidad serbobosnia de la federación— desatado en busca, como mínimo, de mayor autonomía y con la amenaza de una secesión sobre la mesa. Los legisladores de la entidad votaron en diciembre a favor de tener autoridades judiciales, fiscales y fuerzas militares independientes de la federación. La República Srpska tiene importantes lazos con Moscú. Muchos dirigentes y expertos han alertado del serio riesgo de desestabilización y violencia.
“En la situación actual, la entidad serbobosnia puede beneficiarse de la disrupción que se ha ido creando. Pero no creo que den el paso a la secesión. Sería difícil de sostener, porque dudo que Serbia reconociera su independencia, ya que eso desencadenaría una fuerte respuesta de Estados Unidos”, comenta Bechev.
5. Países de la UE fronterizos con Ucrania
Cuatro miembros de la Unión tienen frontera con Ucrania: Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania. Los cuatro son miembros de la OTAN. En su caso, el riesgo principal es inmediato más que de perspectiva: que el conflicto en el país vecino se acerque a sus territorios generando incidentes. “Rusia podría tener la tentación de controlar las zonas fronterizas por el lado ucranio para impedir los suministros procedentes de Occidente”, dice Liik.
Actualmente, las entregas de armas se producen por vía terrestre desde Polonia, que además ha barajado ceder sus aviones de combate MiG a Ucrania, un conjunto de factores que le coloca en primera línea de la animadversión del Kremlin. La membresía de la OTAN hace pensar, como en la caso de los bálticos, que Rusia extremaría las precauciones. Pero las guerras son propensas a los incidentes. Como ejemplo, el derribo por parte de Turquía en 2015 de un avión de combate ruso en el linde turco-sirio. Ese episodio generó fuertes tensiones, pero no una escalada militar. En las actuales circunstancias, las consecuencias de incidentes de esas características resultan imprevisibles.
6. Sahel
Rusia ha aumentado su proyección en África en los últimos años. Junto a relaciones antiguas, como la que tiene con Argelia, ha sumado lazos estrechos con países como República Centroafricana y Malí, a cuyos gobiernos proporciona apoyo en el área de seguridad. Estas relaciones se reflejaron en la reciente votación en la Asamblea General de la ONU sobre la invasión de Ucrania, en la que más de 20 países africanos se abstuvieron o renunciaron a votar. Importante para Europa —y en especial para España— es la influencia que Rusia pueda ejercer sobre la región del Sahel, clave tanto en asuntos migratorios como en la lucha antiterrorista.
Tatiana Smirnova, experta en la región del Centro Franco Paix de la Universidad de Quebec, alerta de “la creciente influencia de un sentimiento antifrancés y antioccidental” en la región. “Se trata de un factor importante, que se explica también por la propaganda rusa. Es una herramienta poderosa porque mezcla hechos reales y falsos, y conecta la imagen de la URSS como ‘liberadora del yugo colonial’ con el actual posicionamiento de Rusia como actor contrahegemónico frente a Occidente”.
Es imposible anticipar hasta qué punto Rusia podrá influir y cuáles serán sus intenciones. Mucho depende de cómo termine la guerra y cuánto debilitamiento causen las sanciones. Pero es evidente que la proyección en asuntos de seguridad en la región, junto con la retirada de Europa de Malí, es un instrumento significativo, y las cuestiones migratorias y de terrorismo son, en ámbitos completamente diferentes, asuntos de peso. “A largo plazo, temo que la situación empeorará, con la expansión de células terroristas en zonas rurales del Sahel y también en la costa de África Occidental”, dice Smirnova.
7. Irlanda y el Atlántico norte
Ningún flanco de la UE parece a salvo del inquietante perfil del equipamiento militar ruso. En el extremo occidental, el paso de buques de guerra rusos procedente del mar del Norte es cada vez más frecuente en el canal de La Mancha. En 2021, aumentaron un 30% en relación con el año anterior. Y a principios de este año Irlanda recibía con estupor el anuncio de unas maniobras navales de la armada rusa en sus aguas de zona económica exclusiva. Las protestas de Dublín lograron que Moscú desplazase la operación “para no dañar las actividades pesqueras de la flota irlandesa en una de sus zonas tradicionales de faneo”, según señaló la embajada rusa en Irlanda. El país más occidental de la UE teme además los ataques híbridos, en particular los cibernéticos, que podrían apuntar a su creciente industria tecnológica, según señala un informe de febrero de la Comisión de Defensa, un órgano creado por Dublín para evaluar los posibles riesgos de seguridad.
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